viernes, septiembre 22, 2006

Mitomancia


La Mitomancia es una técnica milenaria utilizada por brujas y brujos, numerosos círculos herméticos, intelectuales artesanos, poetas y artistas, inmorales revoltosas, nómadas del deseo. Origen exacto no tiene, pero en algún momento dado, en el vasto espacio universal, unos seres burlescos se lanzaron a la mentira escabrosa y cruel mentira transmutante de verdades eternas, cual plan de inmanencia procuraba hacer de la re la re la realidad un bailoteo incendiario, tumultuoso y conspirador ante el embate de la frigidez mojigata de la escasez, la necesidad, y la carencia que cual maquina despótica, maquina organizadora, imponía –e impone –a los afectos.

Es difícil entregar una definición acabada sobre el tema. Incluso hablar de la mitomancia como una técnica es impertinente dada su vastedad e indeterminación. Si decimos técnica es por ser, en parte, un sin numero de procedimientos que de forma intensiva modifica modos de existencia. Pero es técnica tanto como un saber (episteme o theoria) y, a la vez, una experiencia, una conjunción de relaciones, ideas o imágenes, percepciones, sentimientos: modos existentes.

Si la realidad se estructura mediante sedimentaciones de hábitos y juicios – las tan conocidas leyes –la mitomancia se encarga de hacerlos estallar. De implantar una diferencia a cada instante, de hacer de la generalidad un universo de singularidades. La mitomancia dentro de los órdenes, es el orden de la mentira inagotable, de lo falso a cada instante, una filosofía que en estricto rigor habla con las vísceras y empuña el cuerpo como maquina de guerra nomadizadora de territorios. Se nutre de rituales como método de catexis, como herramienta creativa para el despliegue de situaciones. Como el arte culinario, la mitomancia juega con los sabores, las propiedades nutritivas y mágicas de los alimentos. Los conjuga de manera tal que cada encuentro con ellos, cada encuentro entre cuerpos, sea un acrecentamiento de nuestra potencia de acción, así como la posesión entera de esa potencia, para dar paso a una perfección mayor, al sentimiento de alegría o amor activos: la beatitud.

La experiencia mitománcica en ningún caso irá en búsqueda de metas, de fines; la propia experiencia es un fin. Menos aun de la trascendencia o la iluminación, como muchas filosofías y religiones aspiran; es el cuerpo entregado a la vida, de a piernas abiertas el lugar a saborear con velocidad absoluta y sin pudor. El practicante de la mitomancia a cada aventura desatara todas las fuerzas del deseo para entregarse a la vida, a su cruel belleza, al infortunio de saberse terrestre demasiado terrestre, humano demasiado humano. Y a desafiar la culpa, desafiar la propia y la de aquellos que te quieren deudor, a la infinita deuda que se extiende y no para, ese veneno que deviene orden, aquella cicuta que determina la vida al cáncer.

La mitomancia no es la revolución, no busca el paraíso ni pretende construirlo, el paraíso es aquí y ahora. La revuelta, la lucha es la mitomancia. Que lo cotidiano se incendie candente bailoteo de la realidad, seremos en todo momento traidores de cualquier plan teológico, de trascendencia, de organización. Depravados, experimentadores, nómades por siempre contra el despotismo de lo real dominante, por siempre contra las estrías del Imperio.