
Pareciera ser que aun hoy, a pesar de las tan aclamadas profundas transformaciones del mundo moderno, al Orden le pica el orto. Nuevamente tanto los medios de control libidinal como la maquinaria estatal –expresada su acción a través de la policía de la realidad –han desplegado una fuerte contra revuelta para mantener la legitimidad del orden.
Todavía vivimos en una sociedad que le teme al diluvio (¡Dios mio, salvanos de la gran ola!), y todo lo que se escape a los territorios y su artificialidad, a lo que no puede ser codificado y axiomatizado, debe ser rápidamente eliminado (de la forma que sea y lo antes posible). Así los secuaces de lo real dominante despliegan una persecución política, una caza de brujas, que desmantele y aniquile cualquier tipo de acciones revoltosas que ponga en cuestión al organismo social y hagan temblar sus límites. Son cinco años de presidio en recintos de alta seguridad a quienes fabriquen y arrojen bombas molotov, mientras que a los encapuchados de cascos y lumas, lacrimógenas y artillería pesada no se los juzga por la violencia aplicada a jóvenes vividores.
Los de inteligencia de la policía de lo real han estado persiguiendo y desmantelando cualquier chorreo subversivo y nomadizador que ponga en cuestionamiento el estado apático y apolítico. Los anarquistas son el chivo expiatorio para que cualquiera de los movimientos sociales, que no puedan ser ajustados dentro de los marcos de una democracia demasiado protegida y artificial, sean catalogados como terroristas o pervertidos y propios a ser desmantelados y puestos como ejemplo de los peligros que una democracia de libertades civiles y económicas deba eliminar.
Y es que a pesar de las mutaciones de las formas de represión y control, los anarquistas chorrean y se desparraman por el orbe. Existen formas legales de acción política, formas constitucionales de llevar a cabo los cambios y las reivindicaciones de las políticas identitarias, incluso marcos valórico-normativos y morales permitidos y puestos a disposición por lo cuales la ciudadanía puede hacer uso para expresar sus quejas a un sistema que permite las reformas, pero que ciertas bandas hacen estallar por considerarlas altamente represivas y domesticadoras. Son los anarquistas las ladillas del Orden. Y su picazón será eterna, por el tiempo que sea necesario mientras reproduzca su existencia.